jueves, 22 de mayo de 2008

Cumplimos 227 días en huelga, siete meses y medio.

227 días en huelga

Al enterar 227 días en huelga, cabe preguntarse para qué resistir tanto y dilatar una situación que nos causa innumerables problemas en todo orden de cosas. Plantearse que talvez hubiera sido mejor dar vuelta la página, olvidar que alguna vez trabajamos en El Siglo y buscar nuevos horizontes, o tomar aquellas ofertas laborales que se nos han formulado.

Ciertamente podría ser más fácil y cómodo, olvidar nuestras demandas, abandonar la contienda con la empresa y su dueño, la dirección del Partido Comunista, en el que militamos algunos de nosotros, y ahorrarnos toda clase de sin sabores.

Sin embargo, no podríamos más adelante hablar en defensa de los derechos de los trabajadores, por no haber sido capaces de defender los nuestros. Si abandonásemos esta pequeña gran batalla, difícilmente podríamos volver a levantar nuestra voz por los derechos de nadie. Y por cualquier derecho humano, sea económico, político o social. Incluso por el más sagrado, el derecho a la vida. Porque cuando se vulnera un derecho esencial, se violan todos. No podríamos sostener que defendemos el derecho a la vida y a libertad, si no defendemos el derecho a la justicia en cualquiera de sus dimensiones.

Abandonar esta contienda significaría aceptar el doble discurso de la empresa y sus dueños, para quienes –parafraseando a George Orwell- todos los trabajadores son iguales, pero hay unos más iguales que otros. Es lo que demuestran el discurso con que se refieren a los trabajadores subcontratistas de Codelco, por una parte, y lo que sostienen respecto a nuestro “seudo sindicato” por otra.

No podemos adoptar una flexibilización tal respecto a cuestiones de principio. Allá quienes abrazan el pragmatismo como fórmula de vida y acción políticas. Nosotros no podemos desandar el camino recorrido, porque conduce a la justicia. Es por lo que hemos luchado toda la vida. No podríamos renunciar a ello aún a riesgo de ser derrotados. No seríamos los primeros ni los últimos trabajadores en sufrir un revés, pero cuando se levanta el clamor de justicia respecto a derechos laborales esenciales, por quienes hemos vivido para conquistar un país justo y democrático, sólo resta resistir hasta las últimas energías. Más aún, cuando cientos de voces amigas nos alientan y otras tantas manos solidarias se extienden a nosotros entregándonos la fuerza requerida para seguir adelante.

Sabemos que recae sobre nosotros la mirada de mucha gente, dentro y fuera del país, especialmente de quienes nos apoyan. A ellos también debemos responder.

La contienda seguirá en los tribunales, por encima de lo que anunció triunfal la empresa y la dirección del partido. No está dicha aún la última palabra y la huelga – a pesar de algunos-, todavía continúa.

23 de mayo de 2008

martes, 6 de mayo de 2008

Traidores y anticomunistas



A pesar de que son cada vez menores las acusaciones e incomprensiones ante nuestro movimiento sindical, de hecho el Primero de Mayo una sola persona nos acusó de “traidores”, queremos detenernos un instante para analizar estos dichos.

Desde que constituimos nuestro sindicato, y más aún cuando se inició la huelga, una parte de la dirección del Partido Comunista –dueños de la Editorial Siglo XXI- ha falseado la situación y nos ha atribuido intencionalidades ocultas tras el petitorio laboral.

Una primera aclaración necesaria es que, quienes trabajamos desde hace mucho más de 10 años en El Siglo, nunca hemos sido funcionarios del Partido Comunista cumpliendo esta labor. De hecho varios tuvimos alguna vez contrato de trabajo y hasta imposiciones, lo que cambió debido a graves problemas de la empresa y fue asumido por nosotros como parte de nuestro compromiso. Aunque siempre se dijo que esto sería momentáneo y que poco a poco se regularizaría. De hecho, cuando participamos como equipo en la construcción del proyecto que haría la transición entre El Siglo de tapas rojinegras al de cuatro colores, una de las principales preocupaciones de la compañera Gladis Marín era el que se regularizara la situación de cada uno, con contrato de trabajo y acceso a Salud y Previsión.

Esto no lo cambiamos nosotros, fue el nuevo director –Francisco Herreros- quien nos comunicó que venía con amplios poderes, entregados por la dirección del PC, para dar forma de real empresa a la editorial. Algunos pensamos que por fin se regularizaría todo, sin embargo la condición de empresa solamente se vio reflejada en la inmensa diferencia entre nuestros salarios, congelados desde 2001, y el sueldo del director. Así como también en la unilateralidad de las decisiones, que antes fueron siempre colectivizadas por otros directores, como Juan Andrés Lagos, Claudio De Negri y Fernando Quilodrán, todos militantes y miembros del Comité Central del PC, a diferencia de Herreros.

Sin considerar nuestra opinión, fundamentada en la experiencia, se nos exigía autofinanciar El Siglo hasta que produjese utilidades, para de esa forma aumentar nuestros salarios, mientras se pauteaban temas que ensimismaban al periódico y los titulares de portada reflejaban este hecho, lo que bajó considerablemente las ventas. La idea del proyecto anterior era ampliar El Siglo para transformarlo en el periódico de la izquierda chilena, de los antineoliberales, lo que a su vez abría la posibilidad de que las ideas centrales de la línea política del PC fuesen más difundidas y que el semanario se vendiera más.

Eso cambió radicalmente y comenzó la transformación sin ningún estudio serio. La Margarita fue sacada de portada, por “fome” según el director, quien ni siquiera le avisó al autor. Se dio inicio a una serie de censuras, como la que afectó a María Jesús Sanhueza, Lautaro Guanca y los dirigentes de Andha Chile, y luego se “olvidaron” en los cajones de algún escritorio todas las denuncias sobre la corrupción concertacionista que podíamos publicar.
Eso se sumó al inicio de los despidos, con la obvia finalidad de desarticular este equipo que les parecía “molesto”. Y pronto vendrían las descalificaciones: que Oliva quería ser director; que Blanchet tenía “cuentas pendientes” con la dirección; que Valdés era “rodriguista”, etc. Algunos militantes, mayoritariamente funcionarios directos o indirectos del partido, han repetido el verso aprendido. Por suerte, como la mayoría de nosotros no somos unos aparecidos, han sido muchos los que nos entregaron su apoyo, sus palabras de aliento, los abrazos y los gestos de solidaridad, como en el último Primero de Mayo y en el recital de Francisco Villa.

Pero nos queda la interrogante: ¿quiénes son los traidores y anticomunistas, entonces?. Lo serán acaso aquellos que se han negado a cerrar este conflicto y lo llevaron hasta la Corte Suprema para alcanzar un fallo contra la Dirección del Trabajo. O quienes niegan los derechos de los trabajadores, a pesar de los discursos públicos. Quizás lo sean quienes, con sus actitudes, fomentan la campaña anticomunista con su inconsecuencia o aquellos que, en 18 años, están logrando lo que no pudieron los regímenes opresivos de mediados del siglo pasado ni la dictadura pinochetista: minimizar al máximo la herramienta política de la clase trabajadora.

Eso lo dirá el futuro.

Julio Oliva García
Presidente Sindicato Editorial Siglo XXI
Semanario El Siglo